martes, 25 de diciembre de 2018
CAPITULO 6
Paula esperaba algo más por su parte. En el trayecto de quince kilómetros que separaba su casa de la de Ramon había llegado a convencerse de que la actitud de Pedro la noche anterior se debía al cansancio del viaje, y que por la mañana seguramente estaría tan encantador como todos los hombres que conocía. Pero se había equivocado. No sólo seguía comportándose del mismo modo, sino que era aún más frío.
Pensó marcharse de allí y no volver hasta que Pedro Alfonso hubiera regresado a Seattle. Pero habría sido una salida cobarde, y no podía abandonar al tío Ramon teniendo en cuenta que faltaba poco para Navidad. La necesitaba tanto como ella a él.
Observó al hombre que tenía delante, con cierta rudeza. Aquella mañana parecía más joven, aunque tal vez se debiera a la ropa que llevaba.
Se había puesto unos vaqueros y un jersey, en lugar del traje con el que lo había conocido. Su pelo era de un negro brillante, con canas plateadas que aumentaban su atractivo. Lo llevaba un poco revuelto, como un muchacho que acabara de llegar después de haber estado jugando en el campo.
Antes de apartar la mirada observó que tenía un trocito de heno en el jersey. No lo había notado antes. Sonrió al pensar que había estado tumbado en el granero.
Hizo ademán de retirarle la pajita. Los ojos de Pedro se oscurecieron y cogió su mano, llevándosela hacia el pecho.
—No es necesario que lleves tan lejos tu disculpa. No soy susceptible a los trucos femeninos.
Paula se ruborizó. Aquel hombre creía que pretendía seducirlo, en la cocina del tío Ramon.
Y por si la humillación no fuera suficiente, su contacto le producía una sensación demasiado extraña. Mantenía su mano apretada contra su pecho, y un escalofrío empezó a subir por su brazo.
Supuso que lo más apropiado era apartarse, pero no podía moverse.
—Yo… Tienes un poco de heno en el jersey —susurró, con la voz quebrada.
—¿Heno?
Pedro se sintió como un estúpido. Estaba agarrando la mano de Paula como si nunca lo hubiera tocado una mujer, y lo peor de todo era que la estaba acusando de intentar seducirlo.
La soltó con tal acritud que ella se echó hacia atrás. Después, se quitó la pajita del jersey y la tiró a la basura.
—Estaba saludando al burro de mi tío.
No sabía qué decir para ocultar la verdad.
—Ya —observó ella, riendo—. Por un momento pensé que ibas a reconocer que habías estado revolcándote en el heno.
Aquella risa lo cogió desprevenido. Estuvo a punto de unirse a ella. Sus defensas cedieron, pero entonces recordó que las mujeres usaban a menudo trucos maliciosos como aquél. Y aquella mujer, con su aspecto de absoluta inocencia, era aún peor que las demás. Tendría que jugar duro.
Tal vez debía usar tratamiento de choque para asustarla.
—Revolcarse en el heno suena muy tentador. Creo que es lo que necesito para librarme del cansancio y de la diferencia horaria —dijo, tocándole la mano—. ¿Te gustaría revolcarte conmigo?
Casi sintió pena al oír que su risa cedía. Pero no debía permitir que los sentimientos interfirieran en su trabajo.
Paula se apoyó en el respaldo de una silla de madera y lo miró con sus grandes ojos azules.
Si se trataba de una actuación era una actriz magnífica.
—Estás bromeando, claro está…
—Venga, ponme a prueba —insistió él, dando un paso hacia donde se encontraba—. De vez en cuando necesito a una mujer, y estoy seguro de que tú lo harás muy bien.
Calculó que aquello sería suficiente para derrotarla.
—¿Quieres que me revuelque en el heno contigo cuando ni siquiera me llamas por mi nombre? —preguntó desafiante.
—Los nombres son lo de menos. Lo importante es el placer.
Una vez más, Pedro admiró su carácter.
Aparentemente la había infravalorado. No iba a poder librarse de ella tan fácilmente. Aquello lo sorprendió, porque no estaba acostumbrado a equivocarse juzgando a la gente. Sus instintos sólo le habían fallado una vez, y sin embargo estaba ante la paradoja de una profesora de colegio dulce e inocente que se comportaba con la dignidad de una reina.
—Paula… —susurró él con tono seductor—. Creo que deberíamos empezar con algo más suave antes de ir al granero, ¿no te parece?
Entonces la cogió con suavidad de la barbilla. La seducción sólo era un juego más, y él lo sabía.
Paula no vaciló. Sólo el leve temblor de sus labios la traicionó.
—Si crees que vas a poder librarte de mí con esas tácticas, te equivocas.
—Nunca me equivoco, ni con mis adversarios ni con las mujeres.
Pedro le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Tocarla era algo maravilloso. Su piel era suave, sus labios seductores, y olía a madreselva. Una combinación terrible. Intentó hacer caso omiso de las sensaciones que le provocaba y continuó con el juego acariciando suavemente sus labios. Cuando ella los abrió, estuvo a punto de olvidarse de que todo era una mascarada.
—Será algo maravilloso, Paula.
El sonido de su respiración fue la única contestación que obtuvo. Había pensado que se marcharía indignada rápidamente, pero no lo había hecho, y su propio corazón empezó a latir a más velocidad.
—Creo que vas a ser un bocado excelente. Creo que serás mi desayuno y mi comida al mismo tiempo.
Sin embargo, ella tampoco reaccionó entonces.
Permaneció en silencio entre sus brazos. Pedro sentía su aliento cálido en la mejilla.
Algo en su interior estalló en ese instante. La besó con suavidad y ella gimió sorprendida, quedándose rígida. Durante un momento se arrepintió, pero se dijo que no debía ceder. Tenía que darle un susto de muerte a Paula Chaves.
Fue un beso experto y totalmente frío, algo que había aprendido como táctica de supervivencia mucho tiempo atrás, después de lo de Susana.
Podía notar cómo iban cediendo las defensas de Paula una a una. Su cuerpo se relajó contra él y sus labios se abrieron, más suaves.
Su estrategia estaba funcionando. Cuando terminara con ella seguramente saldría corriendo. Pedro continuó con su jueguecito, disfrutando del poder que daba el sentir que estaba ganando la partida. Pero de repente ocurrió algo extraño. Sintió que había caído en su propia trampa.
Sentimientos que creía desaparecidos, enterrados en las profundidades de su alma, surgieron de nuevo: el cariño y la delicadeza. Se dio cuenta de que estaba acariciándole el pelo con suavidad infinita, hasta el punto de que sus dedos parecían atrapados en el cabello de Paula.
Y sus emociones eran tan fuertes como la trampa de su pelo. Pensó que ni siquiera un milagro podría detenerlos.
Sin embargo, Paula obró el milagro. Cogió su cara entre las manos y se apartó de él con delicadeza. Cuando lo miró sus ojos brillaban con una belleza que lo sorprendió.
—Ha sido una manera encantadora de aceptar mis disculpas, Pedro —dijo ella con suavidad,—, pero tengo que hacer el desayuno.
Él la observó, atónito. Paula se dirigió a la encimera de la cocina y volvió a meter las manos en la masa que estaba preparando.
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