martes, 25 de diciembre de 2018

CAPITULO 20




Cuando Pedro entró en la clase, Paula estaba con un montón de niños de siete años. En cuanto abrió la puerta la miró en silencio. 


Siempre había sido de la opinión de que la mejor manera de imponerse a los oponentes era cogerlos por sorpresa. Paula no era su enemigo, aunque no supiera exactamente qué relación mantenían. Pero el hecho de observarla mientras sonreía a sus alumnos le hizo sentirse como un niño con zapatos nuevos.


Cuando Paula levantó la mirada y lo vio su sonrisa se transformó en algo aún más radiante.


—¡Pedro! —exclamó, mientras veinte curiosos alumnos los miraban—. Chicos, quiero presentaros al señor Pedro Alfonso, el sobrino de Ramon Blake.


—¿Eres el hombre del burro? —preguntó un chico.


—No, ése es mi tío —contestó, entrando.


—La señorita Chaves dice que se llama Henry —explicó una niña con cara de ángel, acariciándose el pelo—. La señorita Chaves dice que este año el burro no va a…


—A actuar, Clara —intervino Paula.


—¿Por qué, señor Alfonso?


—Bueno…


Pedro no sabía qué decir. Una cosa era negárselo a Paula y otra bien distinta a tan amplio auditorio de niños.


Pero Paula salió en su ayuda.


—Niños, ya os he explicado que el señor Blake no se encuentra bien. No queremos causarle más preocupaciones pidiéndole que nos deje a Henry.


Aquello pareció bastar para calmarlos. Pedro se apartó del camino para dejar que los niños se marcharan corriendo. Cuando el último de los alumnos había desaparecido, Paula cerró la puerta.


—He venido para decirte que he cambiado de opinión, Paula —dijo, nervioso.


La escena que habían vivido sobre el heno estaba muy fresca en su memoria, y no quería repetir la experiencia. Cabía la posibilidad de que no consiguiera escaparse de nuevo.


—Me refiero a Henry —aclaró.


—¿Henry?


—Me equivoqué al decirte que no podías llevártelo.


—No, yo no debí insistir. Al fin y al cabo el tío Ramon no está bien…


Mientras hablaba, avanzó hacia él como si flotara.


—Su médico dice que se encuentra perfectamente —comentó, dando un paso hacia ella.


—¡Eso es maravilloso!


Paula levantó una mano y Pedro casi sintió que lo acariciaba en la mejilla. Necesitaba que lo tocara, lo deseaba ardientemente. Pero bajó la mano y se recriminó en silencio su actitud, por haber sido tan estúpido. Había llegado el momento de marcharse de aquella habitación, antes de que la tentación fuera mayor.


—Bueno… Si cambias de opinión sobre Henry, házmelo saber.


—He decidido dejar de ser tan cabezota. La Navidad no es época de exigencias, sino de regalos —dijo, frotándose las manos—. No cambiaré de opinión, Pedro, en lo relativo a nada.


Acababa de arrojar la pelota sobre su tejado. 


Dos días atrás, Pedro dudaba de ella. Pero ahora sabía que era sincera. Paula siempre había intentado acercarse a él a pesar de todo. Le había declarado su amor sin tener esperanza de que fuera recíproco, pero dejaba que él hiciera el siguiente movimiento.


En cuestiones de amor, Pedro no era el hombre seguro de los tribunales. No supo qué hacer, excepto retirarse.


—Feliz Navidad, Paula.


—Feliz Navidad, Pedro.


Paula lo observó mientras se marchaba. Había muchas formas de romper un corazón, y en los dos últimos días las había sentido todas. 


Caminó hacia la ventana y se apretó contra el cristal. Pedro estaba entrando en su Lincoln. 


Durante unos segundos volvió la cabeza y miró hacia el edificio, pero no la saludó. En lugar de hacerlo, subió al vehículo y se marchó.


Respiró empañando el cristal con el vaho y dibujó un corazón.


—Feliz Navidad, mi amor.


Entonces, cerró los ojos y rezó para que se produjera un milagro.




No hay comentarios:

Publicar un comentario