martes, 25 de diciembre de 2018
CAPITULO 22
Paula estaba detrás del escenario, siguiendo con la vista el libreto y observando a sus alumnos mientras desarrollaban la obra. Habían corrido las cortinas del auditorio del colegio, de tal forma que las luces del escenario arrojaban un aire de misterio.
Una cama de heno esperaba al niño que iba a hacer de Jesús, e incluso había un pequeño establo con animales junto a María y a José. En aquel momento las palomas, personificadas por chicos vestidos de gris, estaban charlando con las vacas. Como había dos niños dentro del disfraz de cada vaca, no siempre caminaban en la misma dirección.
—¿Has visto esa estrella brillante en el cielo? —preguntó la pequeña Clara, que hacía de paloma.
—Sí —contestó Wanda, desde la parte delantera de la vaca.
—Me pregunto qué significará —comentó Bruce, desde sus cuartos traseros.
En aquel momento se escuchó un murmullo entre la concurrencia, lo que significaba que María y José ya avanzaban hacia sus puestos.
Paula estaba encantada. Los niños estaban haciendo un buen trabajo. Había merecido la pena.
Todo el mundo permaneció en silencio.
—Significa que es un…
La voz de Clara se elevó, pero de repente no supo que decir.
—Gran evento —le apuntó.
—Significa que es un gran evento —dijo Clara.
—Mira —habló la parte trasera de la vaca—. Es Henry.
—Es Henry —repitió Clara.
Todos los niños empezaron a aplaudir.
—¡Un burro de verdad! ¡Un burro de verdad!
Paula dejó el libreto con manos temblorosas y apartó el telón. Dirigiéndose hacia el lugar donde se encontraban María y José estaba Henry, con sus campanillas y algo parecido a una sonrisa. El tío Ramon estaba en la primera fila, observando la obra.
—Es un gran acontecimiento —exclamó Clara.
Henry rebuznó.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Eso significa que te amo.
La voz de Pedro sonó a su espalda. Paula se dio la vuelta y preguntó:
—¿Cómo has llegado aquí?
—Por un milagro. Te amo, Paula, y no se me ha ocurrido mejor forma de decírtelo que trayéndote un regalo.
—¿Has traído al burro para decirme que me amas?
—Bueno, quería traerlo yo mismo, pero el niño que hace de José me ha dicho que soy demasiado grande para montarlo. ¿Te parece que soy demasiado grande? —preguntó sonriendo.
—Me parece que tienes el tamaño adecuado.
Sus ojos brillaron y levantó la cara para besarlo.
Estuvieron besándose un buen rato, sin prestar atención a cuanto sucedía en el escenario.
Mientras tanto, los tres chicos que estaban escondidos en las partes traseras de las vacas se habían acercado para ver a Henry. Pedro había dejado sola a María, y un buen grupo de niños había asaltado el escenario para contemplar al animal. Henry contribuyó a la confusión general rebuznando con fuerza.
Pedro levantó la cabeza y dijo:
—Vamos a perdernos el acontecimiento.
—Tú eres el mayor acontecimiento, Pedro. No puedo creer que me ames. Es un milagro.
—Bueno, algo parecido.
Entonces la cogió en brazos, la llevó al escenario y se arrodilló ante ella. Acto seguido, y ante la atónita audiencia de quinientos niños, Pedro la cogió de la mano y preguntó:
—¿Quieres casarte conmigo, Paula?
—Sí, Pedro. Claro que sí.
Ella se arrodilló y lo abrazó.
Clara se hizo cargo entonces de la obra. Se dirigió al centro del escenario, miró a la concurrencia y exclamó:
—Y María tomó todas aquellas cosas y las tuvo siempre en su corazón. Que Dios acompañe a la feliz pareja; y a todos vosotros, buenas noches.
—Los niños merecen una medalla —dijo Pedro.
—Se la daré en cuanto haya terminado contigo.
Paula se apretó contra él, y el tío Ramon, que conocía perfectamente el lugar, se encargó de bajar el telón.
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