martes, 25 de diciembre de 2018

CAPITULO 3




Paula se levantó del sofá y apretó los puños para intentar controlarse. Nunca se había sentido tan irritada en toda su vida.


—Eres el mayor canalla que he conocido nunca. Y pensar que tenía ganas de conocerte…


—Me resulta difícil creer que tus motivos sean tan inocentes. Conozco bien el lado oscuro de la naturaleza humana, y resulta que mi tío es bastante rico.


—Canalla no es una palabra suficiente para ti. Despreciable es más adecuada. Si no fuera porque heriría al tío Ramon iría a la cocina y me llevaría mis galletas de chocolate a casa. No creo que merezcas disfrutar de algo así, después de todo el tiempo que he pasado preparándolas.


Él estuvo a punto de sonreír a su pesar.


—Si te hace sentir mejor, no pienso probarlas.


—Nada de lo que digas o hagas me hará sentir mejor. No puedo creer que Ramon tenga un sobrino tan estúpido como tú —dijo, señalándolo con un dedo desde la puerta—. Por favor, dile que he tenido que marcharme. Y no te molestes en contarle tus ridículas sospechas.


—Sé cómo manejarlo. Déjalo de mi cuenta.


—Otra diferencia entre nosotros. Yo no intento manejarlo. Soy amiga suya. Y volveré, puedes contar con ello.


Paula Chaves salió con toda dignidad. Pedro se acercó a la ventana y la observó mientras entraba en su coche y se marchaba. Era un vehículo viejo, y en no muy buenas condiciones a juzgar por el sonido del motor. Supuso que una mujer como aquélla habría considerado que su tío era una presa fácil. Un hombre viejo, que estaba muñéndose y que vivía solo.


Pero ahora estaba de vuelta en casa y se aseguraría de que nadie, ni siquiera ella, se aprovechara de Ramon Blake.


—¿Dónde está Paula? —preguntó su tío desde el umbral de la cocina.


Llevaba un plato con galletas en la mano.


—Ha tenido que marcharse. Me ha pedido que la excuse ante ti.


—No es normal en ella marcharse sin despedirse.


Pedro no le gustó ver el gesto de decepción de su tío, de modo que se inventó una explicación para tranquilizarlo.


—Dijo que tenía que hacer muchas cosas. Creo que comprar cosas para la Navidad o algo así. Ya sabes cómo se pone todo el mundo en ésta época del año.


—Es cierto. Yo mismo debo hacer algunas compras. Pensé que este año podía comprarme un gorro de dormir para ponerlo bajo el árbol, como regalo de navidad. Se me enfría la cabeza por las noches.


—Yo te compraré uno.


—Cállate. Se supone que no debes decirlo. Sabes que me gustan las sorpresas —dijo, dejando el plato en la mesa y sentándose—. Venga, prueba las galletas. Sé que están muy buenas, porque ya me he comido seis.


Tenían muy buen aspecto, con chocolate de verdad y nueces. Pedro tenía hambre. No había comido nada desde que salió de Dallas, y lo último había sido la comida del avión. De modo que miró las galletas con cierta lástima.


—No, gracias, tío Ramon. No tengo hambre.




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