martes, 25 de diciembre de 2018

CAPITULO 10




Paula encontró tres árboles perfectos. Pero su entusiasmo hizo que se notara mucho que estaba deseando dar por finalizada aquella reunión. Sin embargo, a Ramon no le gustaron demasiado. Todos tenían algún defecto.


Entonces su sobrino le llamó la atención sobre otros árboles, todos perfectos. Y sin embargo, a su tío tampoco le parecieron bien.


—Tío Ramon, ya basta. Cogeremos un árbol y te llevaremos de vuelta a la casa. Un hombre en tu estado físico necesita descansar.


Cogió la pala y se dirigió hacia un pequeño cedro.


El esfuerzo físico de desenterrarlo fue casi una catarsis para él. Necesitaba desahogar su rabia y lo hizo. Siempre se sentía distinto cuando volvía a casa. En Seattle era un hombre calculador y cínico, pero en el sur surgía un nuevo Pedro Alfonso que apenas podía controlar su temperamento y su destino.


Ramon siguió haciendo comentarios sarcásticos, pero para entonces el trabajo físico y el calor del sol ya lo habían calmado. Se quitó el jersey y notó la brisa fresca. Observó a Paula. Al parecer también se encontraba mejor. Tenía un aire sereno y fresco, y resultaba extraordinariamente atractiva. Pero afortunadamente ya había conseguido dominarse.


—Bajaré el árbol del carro para que podáis decorarlo mientras yo desengancho a Henry.


Ni Paula ni su tío protestaron. Pedro cogió el árbol, lo llevó a la casa y lo dejó en una maceta pintada de rojo con cuidado de no estropear las raíces, puesto que después de las fiestas volverían a plantarlo.


—Ya está —dijo levantándose—. Podéis empezar a decorarlo.


Su tío se sentó en la mecedora y se llevó la mano a la frente.


—Estoy demasiado cansado.


Paula corrió a arrodillarse a su lado.


—¿Te encuentras bien?


—Sólo necesito descansar un poco. Supongo que tendréis que decorarlo sin mí.


Pedro deseó pegarle un buen puñetazo. Notó que su tío estaba haciendo esfuerzos para no reírse.


—Deja que te lleve a la cama —dijo su sobrino.


Lo llevó a su dormitorio y cuando consiguió que se tumbara en la cama le preguntó:
—¿Quieres que llame a un médico?


—No es mi corazón, Pedro, sino mi edad. Anda, ve a decorar el árbol con Paula, y divertíos.


—No estarás fingiendo, ¿verdad? —preguntó, entrecerrando los ojos—. Porque si lo estás haciendo y me entero alguna vez me las pagarás.


—¿Crees que sería capaz de hacer algo así? Deberías conocerme mejor. Estoy siendo tan bueno como puedo. Quiero que Papá Noel me regale ese gorro.


—Lo siento, tío Ramon. Ha sido un día duro. Descansa.


Se marchó de la habitación, pero no antes de que su tío le dijera:
—No estropees mi árbol. Paula te enseñará cómo debes decorarlo.


Cuando llegó al salón, Paula estaba esperándolo.


—¿Qué tal está?


—Cansado, pero creo que bien.


—Es un alivio. En fin, voy a buscar las cosas para decorar el árbol.


—No es necesario que te quedes, puedo hacerlo solo.


Ella se estremeció. Sin duda, Pedro no deseaba ardientemente que se quedara, pero su tono no denotaba tampoco lo contrario. Su comportamiento había mejorado bastante desde la mañana. Tal vez aún hubiera esperanza para ambos.


—Quiero quedarme.


Lo miró directamente a los ojos y se perdió en la profundidad de su mirada.


—Lo que quiero decir es que hace seis años que ayudo a tu tío Ramon a decorar su árbol, y…


—Sé muy bien cómo decorar un árbol —espetó él, sin moverse.


—¿De verdad? —preguntó ella.


Plantado allí su imagen resultaba sólida, grande y muy atractiva.


Paula se imaginó desnuda en la cama con él, mientras observaba su precioso cuerpo. Miró su pecho y se dijo que era maravilloso, incluso con la camiseta empapada de sudor por el trabajo. 


Era tan atrayente que la boca se le hacía agua al verlo.


—Sí —contestó, acercándose a ella—. Puede que mis acciones te hayan parecido algo extrañas, Paula, pero te aseguro que soy como todo el mundo, de una familia normal y corriente.
O que al menos lo fue durante unos días.


—¿Qué ocurrió?


Pedro miró hacia el vacío, con expresión perdida.


—¿Qué te ocurre, Pedro? ¿Qué sucede?


De repente Pedro sonrió, pero de un modo tan oscuro que se estremeció al contemplarlo.


—Haz lo que quieras, Paula. Decora el árbol o vete a casa. Mi tío está descansando. Por favor, no lo molestes cuando te marches.


Entonces se marchó de allí sin mirarla, cerrando la puerta de golpe al salir.


Pedro —dijo ella—. Pedro, espera.


Corrió hacia la puerta, pero el sobrino de Ramon se dirigió a toda velocidad hacia el granero para desenganchar a Henry.




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