martes, 25 de diciembre de 2018
CAPITULO 19
El lunes, Pedro visitó al médico de su tío.
—No hay razón alguna para alarmarse por el estado de su pariente —explicó el doctor Wayne Wright—. Mientras no cometa excesos, su esperanza de vida es muy buena. Aunque hay que tomar en consideración su edad. Puede ocurrirle cualquier cosa.
Pedro le dio las gracias y se marchó. Se sentía mejor después de haber escuchado la opinión de un profesional, pero no podía quitarse de la cabeza la tétrica leyenda de los conejos. Sabía que tenía algo de cierto, y aunque ya no era un niño tampoco olvidaba el pasado.
Cuando salió de la consulta pensó que podía seguir haciendo las compras de Navidad, pero la ruta hacia las tiendas pasaba necesariamente por el colegio donde trabajaba Paula. Cuando pasó junto la escuela paró el motor y miró hacia el edificio, deseando verla. Era ridículo. Aquél era su trabajo, y evidentemente, estaría dando clase.
Antes de torcer en la siguiente calle miró de nuevo hacia el colegio, por el retrovisor. Estaba tal y como lo recordaba. Un edificio antiguo, de unos cincuenta años. Un hermoso lugar donde se había enseñado a varias generaciones de niños de Túpelo. Hasta entonces no había sido consciente de que en Seattle había algo que echaba constantemente de menos: un pasado.
Encendió la radio y comenzó a canturrear la canción de Elvis Presley que estaba sonando, Blue Chritsmas. Entonces recordó otra tradición. El personaje más famoso de Túpelo siempre cantaba un villancico en Navidad.
Dio la vuelta en redondo y sonrió. No iba a ir de compras. Iría a ver a Paula. No sabía exactamente qué iba a decirle cuando llegara, pero ya pensaría en algo. Al fin y al cabo estaban en Navidad. Un hombre podía dejarse caer y felicitarle las fiestas a la amiga de su tío sin que nadie pensara nada extraño.
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