martes, 25 de diciembre de 2018

CAPITULO 21




Los dos días siguientes fueron los más largos de la vida de Pedro. Paula no pasó por la casa de su tío, y ni siquiera llamó. Era como si se hubiera desvanecido de la faz de la tierra.


Al final del segundo día se levantó de la silla y caminó hacia el umbral. Su tío Ramon estaba en su mecedora.


Pedro, pareces un gato encerrado.


—Voy a traer más leña para el fuego.


—Lo que en realidad vas a hacer es salir y mirar a la luna como un coyote en celo. No creas que no te he visto.


—Has estado espiándome.


—Ayuda a matar el tiempo ahora que Paula no viene.


—Tío Ramon, prefiero dar por terminada esa conversación.


—Yo no. Ahora bien, si yo quisiera disculparme ante una dama por haberme comportado como un estúpido, cogería mañana a Henry y lo llevaría al colegio a eso de las dos para que asista a su fiesta de Navidad. Luego le diría unas cuantas palabras cariñosas y hasta me la llevaría a un motel para hacerle un par de niños antes de hacerme viejo —observó, riéndose—. Hazme caso, Pedro.


Pedro sonrió.


—¿Significa eso que estás tramando otro truco como el de las cebollas si no acepto tu consejo?


—Puede que sea incluso peor. Henry y yo somos especialistas en trucos sucios.


En aquel momento llegó un rebuzno desde el granero, como si el animal lo hubiera escuchado. Pedro rió y abrió la puerta principal.


—Esto es extorsión, pura y simplemente.


—Pueden ocurrir cosas peores, sobrino. Podrías perderla.


En cuanto salió al exterior y miró hacia las estrellas, Pedro pensó en lo que le había dicho su tío. Si dejaba que el amor se le escapara, no sabía qué iba a hacer el resto de su vida. 


Llevaría una existencia ordenada, ocupada y productiva durante el día, pero por las noches sería terrible.


Permaneció un buen rato en el exterior, contemplando su futuro. Aquella noche de diciembre hacía mucho frío.



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