martes, 25 de diciembre de 2018
CAPITULO 15
Paula sabía que estaba haciendo lo correcto. No lo había planeado. Sencillamente había sido algo instintivo. Se había enamorado de un hombre del que nunca se habría enamorado si aquellas cosas dependieran del sentido común.
Pedro era la persona opuesta a la que había imaginado siempre, pero a pesar de ello era bueno, cariñoso y tenía sentido del humor, aunque hiciera todo lo posible para que no se notara. Pensó que si se entregaba a él de todo corazón conseguiría que la creyera y al tiempo lograría que se rompieran todas sus barreras.
Entró en el piso superior, iluminado por la luz de la luna que entraba por la gran ventana. Esperó a que Pedro se le uniera y en cuanto lo hizo lo cogió de la mano.
—Ven. Hagamos el amor, Pedro.
Lo arrojó sobre el heno. Ambos respiraron la fragancia del lugar, apretados el uno contra el otro.
Paula le puso una mano en la nuca y se dejó llevar. En cuanto lo tocó su amor empezó a hacer el resto.
Encajaban perfectamente.
—Ámame, Pedro —susurró, sintiendo sus labios en la mejilla—. Ámame.
—Paula, Paula…
Nada era suficiente para Pedro. Era absolutamente deliciosa. Y tenía la impresión de que estaba siendo sincera. Una sinceridad que dificultaba aún más su resistencia.
Pero no tenía intención de aprovecharse de aquella mujer por mucho que la deseara. Sin embargo, no era capaz de apartarse de ella, al menos no de inmediato. La besó de nuevo y jugueteó con la lengua en su boca. Ella respondió entregándose de tal modo que estuvo a punto de romper todas sus barreras.
Paula le sacó la camisa del pantalón y empezó a acariciarle la espalda. El contacto de sus manos lo estremeció. A punto estuvo de tomarla allí mismo, sin pensar. La besó en el cuello y apartó el cuello de su jersey. Olía tan bien que lo volvía loco.
Mareado por la pasión, se incorporó sobre los codos para mirarla.
—¿Sabes lo que estás haciendo, Paula?
—Sí.
La miró un buen rato, intentando leer algo en sus ojos. Pero sólo vio inocencia y un amor abierto y radiante.
—¿Sabes lo difícil que es para un hombre echarse atrás después de haber llegado a cierto punto?
—No quiero que te eches atrás. Por favor, Pedro.
—No sabes lo que pides.
—No te pido nada, sólo quiero darte —dijo, acariciando sus labios—. Hazme el amor.
—Estás tentándome. ¿Sabes lo que un hombre como yo puede hacer a una inocente mujer como tú?
Su suave cabello le acariciaba la cara, pero a pesar de lo que sentía la miró con firmeza.
—Eres un hombre maravilloso. Pero creo que no te das la oportunidad de reconocerlo ante ti mismo.
—No me tomes por un santo. Te decepcionaría —dijo, sentándose—. Vete a casa, Paula.
Le quitó un poco de heno de la falda y le colocó bien el jersey. Sólo el músculo tenso de su barbilla denotó la tormenta que se desarrollaba en su interior.
—No, Pedro —susurró ella.
—No puedes quedarte aquí. Es demasiado tentador… Y ya he alcanzado mi límite.
—¿Estás echándome?
Pedro permaneció en silencio un buen rato, observándola. De repente la cogió por los hombros y la atrajo tanto hacia sí que sus narices casi chocaban.
—No pierdas el tiempo con un hombre como yo.
—Te amo.
—No creo en el amor.
Ella no se dio por vencida. En su mundo el amor significaba todo, y acababa de empezar a luchar.
—El amor no es un objetivo intelectual —explicó ella, acariciando su mejilla—. ¿Qué sientes? Me importa mucho lo que piensas, pero ahora sólo quiero saber lo que sientes. Porque sé que sientes algo por mí. Lo sé por la manera en que me abrazas, por el modo en que me besas. Dime que sientes el mismo calor y la misma alegría que yo siento. Dímelo.
Pedro permaneció en silencio. Se encontraban en un estado de ensoñación, con la luz de la luna iluminándolos y las estrellas brillando en el cielo, pero la pasión que sentían era más que real. De repente, Pedro la apartó de su lado.
—No puedo contarte los cuentos de hadas que esperas escuchar, Paula. No puedo prometerte amor, matrimonio, y una vida feliz. Soy un hombre duro y frío que se gana la vida defendiendo a personas ante las que te estremecerías. Vete a casa, Paula. Encuentra a un hombre que pueda darte una pequeña y encantadora casa, tres niños, un gran perro y todas esas cosas. Encuentra a alguien que esté hecho para presentarse a presidente de la asociación de vecinos o para trabajar con los Boy Scouts. Encuentra a un hombre que te merezca.
Ella permaneció en silencio un buen rato, pero al final habló con determinación.
—No te estoy pidiendo ningún compromiso. Te deseo. Te deseo a ti, Pedro.
Se alegró tanto de oír aquella frase que casi sintió vergüenza.
—Paula Chaves, eres la mujer más cabezota que he conocido en mi vida.
Ella sonrió.
—Gracias.
Pedro luchó entre la necesidad que sentía de abrazarla y el deseo de hacer lo que consideraba más apropiado. Durante muchos años había mantenido un férreo control sobre su vida, manteniéndolo todo en orden. Paula había destrozado su equilibrio, sorprendiéndolo con la guardia baja. Se sentía como si tuviera que enfrentarse a un juicio sin haberlo preparado.
—No quiero hacerte daño, Paula. Ya te he herido bastante.
—Los dos hemos dicho muchas cosas llevados por la ira. Y no creo que ninguno de los dos hablara en serio.
—Eres demasiado generosa conmigo.
—Te amo.
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